jueves, 5 de diciembre de 2019

Víctor Jiménez Guerrero, poeta

       
                     I
              
         EL BORRACHO

Llega penosamente, aciago. Llega
como el sol que al ocaso, ya sin lumbre,
se muere al otro lado de la cumbre
después de desangrarse por la vega.

Llega, como velero que navega
hundiéndose en su honda pesadumbre,
errante y solo y fiel a la costumbre,
a su rincón de siempre en la bodega.

Llega y, tras esa amarga travesía,
ancla en el vaso su melancolía
frente al faro sin luz de la botella.

Y ahogando el desaliento con el vino,
mientras el mundo sigue su camino,
desanda su sendero huella a huella.



          II

EL CIEGO

A lo mejor es Dios –cualquiera sabe–
el faro que tus sombras ilumina
en esta singladura; la retina
por la que el puerto ves desde tu nave.

A lo mejor es Dios tu propia llave
de la vida, que libra tu sentina
de su carga de niebla y de rutina
y desencanto. Aunque la duda cabe.

A lo mejor es Dios o tu conciencia
el cabo con que amarras la existencia
cuando, ya inevitable el hundimiento

en las oscuras aguas de la umbría,
dejando como un sueño lejanía,
navegas sin timón y a contraviento.



          III

EL MENDIGO

Barco que tras penosa singladura
con la esperanza y Dios en otra esquina,
navega rumbo al puerto que adivina
entre la niebla de la mar oscura.

Junco que, enhiesta antaño su figura,
cuando al crepúsculo la luz declina,
el terco viento de la edad inclina
hallando bajo el limo sepultura.

Cóncavo el pecho de desasosiego
pasa el viejo mendigo, como un ciego,
apoyando en el báculo su pena.

Y, a la vez que su vino el sol escancia,
lentamente se muere en la distancia
cumpliendo con el tiempo y su condena.



          IV

EL POETA

          (Recordando a Miguel Hernández)

PRESO de soledad y de sí mismo,
lentamente, en su celda de aislamiento,
viene y va de la duda al desaliento
y cada vez más cerca del abismo.

Condenado perpetuo al ostracismo,
como un perro de luna tras el viento,
entre las sombras de su pensamiento
busca el día y encuentra un espejismo.

Reo, en suma, de olvido y muere lenta,
en su pecho desata una tormenta
y vive, por el rayo perseguido,

esperando mañana que, con suerte,
si bien no escapa nadie de la muerte,
al menos se le indulte del olvido. 


Esto es para mí ser POETA. 

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