Hablando de ellos
Se levantó un fuerte viento
y amaneció la alegría.
Nadie pensó en el momento
que el peso de la pobreza su riqueza fuera un día.
Estoy hablando de ellos,
de los que lloran y ríen.
La plata, el oro, el platino
no superan el destello de algo en sus ojos divinos.
Hallé en los dos a los guías
de mi emoción desbocada.
Nunca fue su mano fría,
padres de mi cuento de hadas.
De mi fortuna, cimientos.
De mis inventos, la cuna.
Todas sus miradas, y una a una,
de la moneda son cruz y cara.
Estoy hablando de ellos.
sábado, 30 de marzo de 2013
miércoles, 6 de marzo de 2013
Miguel Ángel Velasco
LA CLASE
Para Alejandro Martín
En la negra pizarra hila su tela
esa nerviosa araña de la tiza,
y persigue prenderte la mirada
que se le escapa, soñolienta, cuando
sobre el banco reclinas la cabeza.
De repente, el maestro dice, grave:
no ha de caerse una sola hoja
sin que Dios no la vea.
Y tú te desperezas lentamente
y en la ventana del otoño adviertes
el temblor de la rama vigilada.
A VECES YA AMANECE EL DÍA VIEJO...
A veces ya amanece el día viejo.
Se agazapa detrás de los cristales,
con su barba de nieve y sus harapos
de niebla cenicienta. Luego viene
una arista de sol y nos esconde
las arrugas del día, el duro ceño
de ese anciano imposible que ahora tiende
la mano amarillenta a los gorriones.
Estos dos poemas son del libro "El sermón del fresno", de Miguel Ángel Velasco.
Para Alejandro Martín
En la negra pizarra hila su tela
esa nerviosa araña de la tiza,
y persigue prenderte la mirada
que se le escapa, soñolienta, cuando
sobre el banco reclinas la cabeza.
De repente, el maestro dice, grave:
no ha de caerse una sola hoja
sin que Dios no la vea.
Y tú te desperezas lentamente
y en la ventana del otoño adviertes
el temblor de la rama vigilada.
A VECES YA AMANECE EL DÍA VIEJO...
A veces ya amanece el día viejo.
Se agazapa detrás de los cristales,
con su barba de nieve y sus harapos
de niebla cenicienta. Luego viene
una arista de sol y nos esconde
las arrugas del día, el duro ceño
de ese anciano imposible que ahora tiende
la mano amarillenta a los gorriones.
Estos dos poemas son del libro "El sermón del fresno", de Miguel Ángel Velasco.
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