domingo, 25 de julio de 2010

La Llorona

Si porque te quiero quieres, Llorona,
que yo, la muerte reciba,
que se haga tu voluntad, Llorona,
por suerte de Dios no viva.

¡Ay de mí!, Llorona,
Llorona de ayer y hoy.
Ayer maravilla fui, Lorona,
y ahora ni sombra soy.

No sé qué tienen las flores, Llorona,
las flores de un campo santo.
Que cuando las mueve el viento, Llorona,
parece que están Llorando.

¡Ay de mí!, Llorona,
Llorona de azul celeste.
Y aunque la vida me cueste, Llorona,
no dejaré de quererte.

domingo, 4 de julio de 2010

XXII Muchos vagabundos recorren los caminos de los países orientales. Pueden vivir de la misericordia de las gentes. Es cierto que esos caminos son malos y que los pies se cansan con facilidad; también es cierto que las chozas son míseras y no hay en ellas demasiado espacio: pero los corazones de los hombres son buenos, el pan es negro y suculento, y las puertas se abren con rapidez. Aún hoy después de la gran guerra y la gran revolución, a pesar de que las máquinas han iniciado su infausta marcha, acerada y precisa, hacia el Este de Europa, los hombres se interesan benévolos por la miseria ajena. Incluso los necios y los pobres diablos entienden todavía la miseria del prójimo con más rapidez y mejor que los sabios y los listos de cualquier parte. Y no todas las carreteras están aún cubiertas de asfalto. Los caprichos y las leyes del tiempo, de las estaciones y del suelo determinan y modifican el aspecto y las condiciones de los caminos. En las pequeñas chozas, pegadas al regazo de la tierra, los hombres están tan cerca de ella como del cielo. Porque allí el cielo mismo desciende sobre la tierra y las gentes, mientras que en otros lugares, donde los edificios se alzan a su encuentro, parece como si fuese cada día más alto y más lejano. Muy distantes entre sí, esparcidas por el país, están las aldeas. Son rarísimas las villas y ciudades, pero tanto más vivos los caminos y las carreteras. Hay muchos que están siempre en camino. Su miseria y su libertad son hermanas gemelas. Éste se ve obligado a peregrinar porque no tiene hogar; el otro, porque no halla reposo; el tercero, porque no quiere tenerlo o porque ha hecho voto de evitarlo; el cuarto, porque ama los caminos y las casas extrañas, desconocidas. También en los países del Este se ha empezado ya, sin duda alguna, a luchar contra los mendigos y los vagabundos. Es como si el delirio de las máquinas y las fábricas, la veleidad de las gentes que habitan un sexto piso, la inestabilidad de los que, engañosamente, se creen establecidos, no pudiese ya soportar el constante, honesto y tranquilo movimiento de los buenos caminantes sin rumbo fijo. ¿Adónde vas? ¿Qué buscas? ¿Por qué te has marchado? ¿Cómo es posible que lleves una vida propia, mientras los demás soportamos una vida en común? ¿Eres mejor? ¡¿Eres distinto?!