jueves, 19 de febrero de 2015
¿El mejor soneto del mundo?
A trabajos forzados me condena
mi corazón, del que te di la llave.
No quiero yo tormento que se acabe,
y de acero reclamo mi cadena.
Ni concibe mi mente mayor pena
que libertad sin beso que la trabe,
ni castigo concibe menos grave
que una celda de amor contigo llena.
No creo en más infierno que tu ausencia.
Paraíso sin ti, yo lo rechazo.
Que ningún juez declare mi inocencia,
porque, en este proceso a largo plazo
buscaré solamente la sentencia
a cadena perpetua de tu abrazo.
Antonio Gala.
jueves, 12 de febrero de 2015
El amor y la locura
Habiendo la Locura
Con el Amor reñido,
Dejó ciego de un golpe
Al miserable niño.
Venganza pide al cielo
Venus, mas ¡con qué gritos!
Era madre y esposa:
Con esto queda dicho.
Queréllase a los dioses,
Presentando a su hijo:
«¿De qué sirven las flechas,
De qué el arco a Cupido,
Faltándole la vista
Para asestar sus tiros?
Quítensele las alas
Y aquel ardiente cirio,
Si a su luz ser no pueden
Sus vuelos dirigidos.»
Atendiendo a que el ciego
Siguiese su ejercicio,
Y a que la delincuente
Tuviese su castigo,
Júpiter, presidente
De la asamblea, dijo:
«Ordeno a la Locura,
Desde este instante mismo,
Que eternamente sea
De Amor el lazarillo.»
Félix María Samaniego
martes, 10 de febrero de 2015
Discurso final de El gran dictador
Lo
siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o
conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo --si fuera
posible--: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos
ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir para
la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y
despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena
tierra es rica y puede proveer a todos.
El
camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino.
La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el
mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y
a la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado
nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona
abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho
cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos
demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos
humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin
estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.
El
avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de
estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la
fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora,
mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de
hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que
tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos
que puedan oírme, les digo: "No desesperéis".
La
desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia,
la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El
odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que
arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren,
la libertad no perecerá jamás.
¡ Soldados!
¡ No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan,
que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer, lo que hay
que pensar y lo que hay que sentir ! Que os obligan ha hacer la
instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan como a ganado y
os utilizan como carne de cañón. ¡ No os entreguéis a esos hombres
desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de
máquina ! ¡ Vosotros no sois máquinas ! ¡ Sois hombres ! ¡ Con el amor
de la humanidad en vuestros corazones ! ¡ No odiéis ! ¡ Sólo aquellos
que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados !
¡ Soldados ! ¡ No luchéis por la esclavitud ! ¡ Luchad por la libertad !
En
el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios
se halla dentro del hombre, ¡ no de un hombre o de un grupo de hombres,
sino de todos los hombres ! ¡ En vosotros ! Vosotros, el pueblo tenéis
el poder, el poder de crear máquinas. ¡ El poder de crear felicidad !
Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y
bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en
nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos
por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la
posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los
ancianos seguridad.
Prometiéndoos todo esto,
las bestias han subido al poder. ¡ Pero mienten ! No han cumplido esa
promesa. ¡ No la cumplirán ! Los dictadores se dan libertad a sí mismos,
pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para
terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con
el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un
mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos
nosotros. ¡ Soldados, en nombre de la democracia, unámonos !
Hannah,
¿puedes oírme? ¡ Dondequiera que estés, alza los ojos! ¡ Mira, Hannah!
¡ Las nubes están desapareciendo! ¡ El sol se está abriendo paso a
través de ellas! ¡ Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la
luz! ¡ Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde
los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad!
¡ Mira, Hannah! ¡ Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a
volar! ¡ Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡ Alza
los ojos, Hannah! ¡ Alza los ojos!
lunes, 2 de febrero de 2015
Carta del Gordo Soriano a Eduardo Galeano
Querido Eduardo:
Te cuento que el otro día estuve en el supermercado “Carrefour”, donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: “Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca”. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: “Fue el gol más rápido de la historia”.
Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: “Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo”. Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: “¡Acá la puso!”. La gente nos mira, azorada. “La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?” –me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados–: “La dejé picar y ¡plum!”. Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo.
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