Con el alma latiendo por la gloria
y flotante a los vientos mi melena,
iré diciendo al mundo con voz fuserte,
¡con voz en la que vibre mi alma entera!:
—Es verdad que yo sufro; pero oídme:
¿qué me importa sufrir si soy poeta?
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Por un beso que te diera
has de ir al cementerio
una noche a contemplar
la soledad de los muertos…
Y cuando los hayas visto
de la noche, en el misterio,
entonces, ser adorado,
entonces… ¡te daré el beso!
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Más que un gran manicomio
es un viejo convento
con ventanas románicas
el lugar donde estoy.
Se olfatea la muerte,
aquí, a cada momento
y hay un perro que siempre
va por donde yo voy.