jueves, 6 de agosto de 2015

Rubén Darío

A FRANCISCA

I

 Francisca, tú has venido
en la hora segura;
la mañana es obscura
y está caliente el nido.


 Tú tienes el sentido
de la palabra pura,
y tu alma te asegura
el amante marido.

 Un marido y amante
que, terrible y constaníe,
será contigo dos.
Y que fuera contigo,
como amante y amigo,
al infierno o a Dios.


II


 Francisca, es la alborada,
y la aurora es azul;
el amor es inmenso
y eres pequeña tú.


 Mas en tu pobre urna
cabe la eterna luz,
que es de tu alma y la mía
un diamante común.
III
 Franca, cristalina,
alma sororal,
entre la neblina
de mi dolor y de mi mal!
Alma pura,
alma franca,
alma obscura
y tan blanca...


Sé conmigo
un amigo,
sé lo que debes ser,
lo que Dios te propuso
la ternura y el huso,
con el grano de trigo
y la copa de vino,

y el arrullo sincero
y el trino,
a la hora y a tiempo.
¡A la hora del alba y de la tarde,
del despertar y del soñar y el beso!


 Alma sororal y obscura
con tus cantos de España,
que te juntas a mi vida
rara,
y a mi soñar difuso
y a mi soberbia lira,
con tu rueca y tu huso,
ante mi bella mentira,
ante Verlaine y Hugo,
tú que vienes
de campos remotos y ocultos!
IV

 La fuente dice: «Yo te he visto soñar.»
El árbol dice: «Yo te he visto pensar.»
y aquel ruiseñor de los mil años
repite lo del cuervo: «¡Jamás!»


V



 Francisca, sé suave,
es tu dulce deber,
sé para mí un ave
que fuera una mujer.


 Francisca, sé una flor
y mi vida perfuma,
hecha toda de amor
y de dolor y espuma.

 Francisca, sé un ungüento
como mi pensamiento;
Francisca, sé una flor
cual mi sutil amor;
Francisca, sé mujer,
como se debe ser...


 Saber amar y sentir
y admirar como rezar...
Y la ciencia del vivir
y la virtud de esperar.


VI



 Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...

 En mi pensar de duelo y de martirio,
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.


 Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.


 Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe;
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...