miércoles, 26 de octubre de 2011

Del Libro Mi autobiografía de Charles Chaplin

Hart Crane era extremadamente pobre. Su padre, un millonario fabricante de bombones, quería que Hart se ocupara de su negocio y trataba de desanimar su inspiración poética, no concediéndole ninguna ayuda monetaria. Carezco de oído y de gusto para la poesía moderna; pero mientras escribía este libro leí El puente, de Hart Crane, una obra muy emotiva, extraña y dramática, llena de punzante angustia y de una fantasía aguda y tajante, que para mí resultaba demasiado estridente. Quizás esa excesiva estridencia estaba en el propio Hart Crane. Sin embargo, era de una cordial amabilidad.


Discutimos sobre la finalidad de la poesía. Yo dije que era una carta de amor dirigida al mundo.


-Un mundo muy pequeño-replicó Hart tristemente.


Decía él que mi obra estaba dentro de la tradición de la comedia griega. Le confesé que había tratado de leer una traducción inglesa de Aristófanes, pero que me sentí incapaz de terminarla.

Finalmente, concedieron a Hart una beca Guggenheim; pero llegó demasiado tarde. Después de muchos años de pobreza y olvido, se había entregado a la bebida y a la disipación, y cuando regresaba a los Estados Unidos procedente de México en un barco de pasajeros se arrojó al mar.


Unos años antes de suicidarse me envió un ejemplar de sus poemas breves, titulados Edificios Blancos, publicados por Boni and Liveright. En la guarda escribió: "A Charles Chaplin, en recuerdo de El Chico. -Hart Crane, 20 de enero 1928". Un poema se titulaba Chaplinesca, y lo transcribo a continuación:



Humildemente nos adaptamos

y contentamos con los consuelos azarosos

que deposita el viento

en los bolsillos desvencijados, demasiado amplios.




Porque aún podemos amar el mundo

cuando encontramos un gatito hambriento en nuestro umbral.

Y le buscamos cobijo contra la furia callejera,

cobijo en un cálido brazo doblado.



Nos apartaremos a un lado,

y en la mueca postrera

evitaremos la condena de ese pulgar inevitable

que dirige hacia nosotros su arrugada piel,

y haremos frente a la torva mirada,

¡con qué inocencia y con cuánta sorpresa!



Y, sin embargo, estas delicadas caídas

no son más falaces que las piruetas de un flexible bastón.

Realmente, no son nuestras exequias una consumación;

podemos eludirlas, huir de todo, menos del corazón.



¿Y qué vamos a hacerle si el corazón sigue viviendo?

El juego exige afectadas sonrisas.

Pero hemos visto la luna en calles solitarias

convirtiendo en cáliz un cubo de basura vacío.



Y entre todos los ruidos de alegría y de búsqueda,

hemos oído un gatito maullar en la soledad.

lunes, 3 de octubre de 2011

Bécquer

Nace el 17 de Febrero de 1836. Hijo del pintor José Domínguez Bécquer y de Joaquina Bastida y Vargas. Unido siempre a su hermano Valeriano, que también fue pintor como su padre. A Bécquer le gusta dibujar pero su vocación literaria es muy precoz, a los diez o doce años ya realiza sus primeros escritos. Se traslada a Madrid con 18 años. Sus amigos le instan a buscar trabajos literarios para vivir pero Bécquer se nirga: " No se debe escribir, ni pintar, ni esculpir, ni componer música, más que cuando el espíritu siente la necesidad de dar a luz lo que ha creado en sus entrañas". Lentamente empieza a participar en periódicos y acepta trabajos ocasionales como escribir biografías de diputados (a real cada cuatro líneas) o traducir y adaptar obras de teatro. Incluso consigue un puesto de escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, pero lo pierde rápidamente al ser sorprendido dibujando en horas de trabajo. Continúa colaborando en periódicos y estrena varias zarzuelas. Bécquer alcanza cierto éxito y su vida se hace más estable.
González Bravo, ministro de la Gobernación, que había sido periodista y admiraba a Bécquer, nombra a éste titular de un departamento del Ministerio con una retribución elevada. En 1868 la revolución de septiembre hace caer a la reina Isabel II. El palacio de González Bravo es saqueado y en el tumulto desaparece el manuscrito de las rimas que el poeta había entregado al Ministro para su publicación. Tiempo después, Bécquer reconstruye de memoria las rimas en el Libro de los gorriones: es el manuscrito que hoy conservamos. El prólogo de las rimas escrito por Bécquer y llamado "Introducción Sinfónica" es el más impresionante que he leído y trata sobre el proceso creativo de un poeta.

Yo, a Bécquer le diría que me ha inspirado un poema que he terminado hace poco y le dedicaría estos versos que se le ajustan como un guante:
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.