sábado, 11 de diciembre de 2010

¡Viva Marta Domínguez!

Una de las cosas que más odio es el linchamiento de una persona, y esto es lo que le ha sucedido a Marta Domínguez, un linchamiento público. Los periodistas son los asalariados del poder político y actúan a toque de silbato de la basura parlamentaria. El repulsivo Rubalcaba, después del consejo de ministros, comparece para decirnos que no todos los atletas se dopan, dando a entender que Marta Domínguez sí lo hace. ¿No estamos en un estado de derecho? Marta Domínguez será inocente hasta que un juez diga lo contrario, ¿no? El mismo día del linchamiento de Marta la audiencia nacional declaró inocente al asesino de Otegui, qué casualidad hombre, ¿por qué no nos comenta Rubalcaba esta sentencia? Con los asesinos etarras, ¡cuánto respeto!, parece que los protegen y todo, pero con Marta hacen leña, qué fácil, qué miserables. Los etarras son presuntos, Marta es culpable.
Hay en España cinco millones de parados, un 20 por 100 de la población activa, más que en la gran depresión en EEUU, si ustedes son unos inútiles que no solucionan nada, por qué no cogen un barco lo llenan de todos los políticos de todos los colores y de los 17 parlamentos españoles y se van a una isla desierta y allí se organizan ustedes a ustedes mismos.
Marta Domínguez ha hecho por España más de lo que harán todos los políticos y periodistas y sus descendientes. Marta tiene más dignidad en su dedo meñique que todo el rebaño de linchadores tendrá nunca. Es un asco, si yo fuera Rafa Nadal pedía la nacionalidad francesa ahora mismo, porque éste es un país de Moratinos, digo de mierdas. Y no tiene las manos manchadas de sangre.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Romance del prisionero

Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor
cuando los enamorados
van a servir al amor:
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión:
que si sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero.
déle Dios mal galardón.