domingo, 26 de julio de 2015

A los caídos de gran corazón


   El cabo Anton Schmidt era un soldado alto y sosegado de mediana edad destinado en Vilna, en una unidad que tenía como tarea reagrupar a las formaciones militares alemanas destrozadas. No tenía nada de intelectual y jamás abría un libro o un periódico. Dirigía un taller de reparación de camiones junto a la principal estación ferroviaria de la ciudad. A finales de 1941, falsificó documentos durante seis menses para hacer desaparecer de Vilna, como por arte de magia, a trescientos judíos, a los que depositó en ciudades más pequeñas de Lituania, donde aparentemente estaban más seguros. Una vez a la semana los escondía detrás de troncos y los conducía a sus nuevos hogares. También empleaba a ciento cuarenta judíos y a sus familias dentro de su taller como trabajadores de mantenimiento. Corriendo unos riesgos  increíbles, entró en contacto con la resistencia judía clandestina en Vilna y transportó a sus líderes a Varsovia para que participaran en reuniones con sus homólogos de la antigua capital. Los miembros de la resistencia de Vilna se reunían en sus dependencias, donde por invitación suya se reunieron la Nochevieja de 1941 los líderes del movimiento partisano recién formado. Fue detenido por la Gestapo en enero de 1942, después de que ésta se fijara en que muchos de los judíos de Lida venían de Vilna. Bajo tortura confesaron quién les había llevado allí. Schmidt fue condenado a ser fusilado y le ejecutaron el 13 de abril. Dejó una carta para su esposa y su hija Gerta. Para sortear la censura, dijo que había visto a milicianos lituanos, no alemanes, ejecutar a dos o tren mil judíos en una pradera. Los niños se habían abrazado a los troncos de los árboles de camino a la muerte. En su lugar de trabajo, los judíos le suplicaron que les salvara. "Ya sabéis cómo soy, blando de corazón. No podía pensar y les ayudé, lo que desde el punto de vista del tribunal estuvo mal", escribió. "Mis queridas Steffi y Gerta, por favor, aunque esto sea un duro golpe para nosotros, perdonadme de todos modos. Sólo me comporté como un ser humano y nunca quise hacer daño a nadie. Para cuando tengáis  esta  carta  en  las  manos, queridas mías,   ya no estaré en este mundo [...] tened la certeza de que volveremos a vernos en un mundo mejor con nuestro bienamado Dios".


Del libro Combate moral.