domingo, 15 de enero de 2012

Moby Dick

LLamadme Ismael. Hace algunos años -no importa cuántos exactamente- teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo y nada particular que me interesara en tierra, pensé en navegar un poco y ver la parte líquida del mundo. Es un modo de ahuyentar la cólera y regular la circulación. Cada vez que me encuentro a mí mismo poniendo muecas tristes; cada vez que hay en mi alma un noviembre frío y lloviznoso; cada vez que me descubro a mí mismo parándome involuntariamente delante de depósitos de ataúdes y sacando a colación la parte trasera de todo funeral que encuentro, y especialmente cuando mis hipocondrías me controlan tanto que se necesita un poderoso principio moral que me impida saltar a la calle con deliberación y metódicamente derribar los sombreros de la gente, entonces es el momento de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Con un ademán filosófico, Catón se lanza en su espada; yo me acostumbro al barco. No hay nada de sorprendente en esto. Si sólo lo supieran todos los hombres en su grado, en un momento o en otro, abrigarían muy de cerca mis mismos sentimientos hacia el océano.



Inicio de la novela

Moby Dick, de Heman Melville.