¡A la salud del papa, compañero!
Levantaba el envase de aquel vino
barato, peleón, nada exquisito,
mientras que me indicaba con el dedo
que podía operar en el cajero.
A su lado, tendido, ya dormido
el bulto roncador de algún amigo
tenía como lecho el propio suelo.
En aquel universo del cartón
-del tetrabrik del vino hasta la cama-
conseguí realizar la operación
cagado por el miedo a una navaja.
En cambio, el vagabundo me ofreció,
amistoso, beber de aquella caja.
Compartimos las babas,
él me contó verdades y mentiras,
la historia novelada de su vida.
Paco Morata.
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