jueves, 16 de marzo de 2017

Historia de Roma, de Indro Montanelli

..., había el "triunfo" que se prodigaba al general superviviente de una victoria en la que hubiese matado al menos cinco mil soldados enemigos. Si había llegado tan sólo a cuatro mil novecientos noventa y nueve, tenía que contentarse sólo con una "ovación", llamada así porque consistía en el sacrificio de una ovis, una oveja, en su honor.
Para el triunfo se organizaba en cambio una imponente procesión fuera de la ciudad, a cuyas puertas, general y tropas habían de deponer las armas y pasar bajo un arco de madera y de ramajes que sirvió de modelo a los que más adelante se construyeron de tofa calcárea. Una columna de trompeteros abría el cortejo. Detrás iban los carros cargados con el botín de guerra; y después, rebaños y manadas enteras destinados al matarife; luego, los jefes enemigos encadenados. Y, por fin, precedido de lictores y flautistas, el general, de pie sobre una cuádriga pintada con vivos colores, con una toga purpúrea sobre los hombres, una corona de oro en la cabeza, un cetro de marfil y un ramo de laurel. Le rodeaban sus hijos y le seguían a caballo, parientes, secretarios, consejeros y amigos. El general subía a los templos de Júpiter, Juno y Minerva en el Capitolio, depositaba el botín a sus pies, hacía reunir a los animales que tenían que degollarse y, como ofrenda supletoria, ordenaba la decapitación de los comandantes enemigos prisioneros. 
El pueblo se regocijaba y aplaudía. Pero por parte de los soldados era costumbre lanzar palabras y pullas mordaces a su general, denunciando sus debilidades, defectos y ridiculeces, para que no se ensoberbeciera y llegase a creerse un padre eterno infalible. A César, por ejemplo, le gritaban: "Déjate de mirar a las matronas, calabaza monda. ¡Confórmate con las prostitutas...!"
Si se pudiera hacer otro tanto con los dictadores de nuestro tiempo, tal vez la democracia no tendría ya nada que temer.


Dedicado al Señor Don Alfredo Cruz López, 10 de Junio 1967.


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