No te sorprende nada,
qué país tenemos,
es una jerigonza,
un esperpento.
Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.
Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba.
Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos,
porque la belleza subsiste
siempre en el recuerdo.
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre;
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la muerte.
Gracias al corazón humano
por el cual vivimos;
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores,
la flor más humilde al florecer
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.
Trabajaba todo lo que podía, que era mucho aunque se lo pagaban mal, y proseguía en su soledad melancólica, lo que le hacía sentarse muchas tardes y empezar a escribir unas extrañas canciones que le surgían en el alma como un canto de violín:
Si tenía alguna suerte,
la tiré por la ventana;
si tenía algún talento,
se lo ha llevado la trampa.
Soy como el agua del río,
que como nunca se para,
no deja más que rumores
por los sitios donde pasa.
Va la carreta bamboleante por el camino, sobre una foz, el can al flanco va jadeante, dentro de una sombra canta sin voz:
-Soñé laureles, no los espero, y tengo el alma libre de hiel. ¡No envidio nada, si no es dinero! ¡Ya no me llama ningún laurel! Pulsan las penas en la ventana, vienen de noche con su oración, más aún alegran en la mañana los gorriones de mi balcón. Echéme al mundo de un salto loco, fui peregrino sobre la mar , y en todas partes pecando un poco, dejé mi vida como un cantar. No tuve miedo, fui turbulento, miré en las almas como en la luz. Di mi palabra con mi alma al viento, como una espada llevo mi cruz. Yo marcho solo con mis leones y la certeza de ser quien soy. El diablo escucha mis oraciones. Canta mi pecho: ¡Mañana es hoy!
Va la carreta bamboleante, por el camino, sobre una foz, el can al flanco va jadeante dentro una sombra canta sin voz.
Don Ramón María del Valle-Inclán